La felicidad de ser imperfecta.

Mira, hoy no tengo ganas de peinarme. Anoche se me hizo tarde y no pude estar una hora con la plancha haciéndome ondas en el pelo. Bueno, o no quise. El caso es que la humedad del ambiente ha hecho que hoy parezca hija de Mufasa y el caso, también, es que me importa poco.

Pff y esta noche quedada. A ver qué me pongo… bah un vaquero y zapatillas. ¿Tacones toda la noche? ¡¿Qué clase de despropósito es ese?! Con mi 1,56 de altura me basto y me sobro.

Ah, que los tacones sirven para realzar piernas y glúteos…

A mí es que mis glúteos me gustan tal y como/donde están. Prefiero ir cómoda.

Y del maquillaje mejor ni hablamos. Porque si me quito las gafas para maquillarme no veo un carajo, así que me tengo que poner las lentillas. Y qué maldita pereza ponerme las lentillas.

Bueno ya estamos todos. Ellas y ellos. Perfectamente vestidos, perfectamente peinados, y ellas, también, perfectamente maquilladas. Bueno y algún «ellos» es bastante probable que también.

Preciosos y preciosas, príncipes y princesas, no hay duda. Y aun así, me miran más a mí. Será por mi súper camiseta de perritos sin escote.

– ¿No has tenido tiempo de pasar por casa para arreglarte?

– Llevo toda la tarde allí.

– Ah…

Silencio incómodo.

¿Tú lo entiendes? Porque yo no. Porque cuando asumes que eres imperfecta, te deja de importar lo que piensen los demás y hay días, como hoy, que te permites serlo alegremente.

Porque deberíamos ser imperfectos más a menudo.

Porque ser imperfecta sienta bien a cualquiera, aunque por ahí digan lo contrario.

 

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